Ahora que ya han pasado tantos meses de esta pandemia del COVID-19, pensé que podría compartir algo de lo que he aprendido. He sentido mucho pesar sobre esta pandemia; he llorado con familias que han perdido a seres queridos. Muchos han perdido sus empleos. Algunas personas han luchado para encontrar alimentos y provisiones adecuados. Se han cancelado, pospuesto o cambiado de alguna manera ceremonias de graduación, matrimonios y funerales. Siento gran compasión por todas las personas que han sufrido.
Al mismo tiempo, Wendy y yo hemos aprendido mucho. Incluso entre nubes de dolor, hemos encontrado algunas cosas positivas. Muchas familias han vuelto a consagrar a sus hogares como santuarios de fe. Muchos comprenden mejor lo importante que es la familia y que en verdad esta es ordenada por Dios, con un destino eterno.
Asimismo, hemos aprendido que el temor, el aislamiento y la pérdida pueden mitigarse al dedicarnos al cuidado de otras personas. Incontables profesionales de la salud han arriesgado sus propias vidas al cuidado de los demás. Agricultores, farmacéuticos, camioneros, almaceneros y otras personas han arriesgado su propia salud para servir las necesidades urgentes de los demás.
Queridos amigos, el camino por delante puede tener obstáculos, pero nuestro destino es sereno y seguro. Por lo tanto, ajusten su cinturón de seguridad, sosténganse a través de los obstáculos y hagan lo que es correcto. Su recompensa será eterna. En 1831, el Señor hizo una promesa a Sus santos, que aún es relevante para cada uno de nosotros en esta época: “Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé; y testificaréis de mí, sí, Jesucristo, que soy el Hijo del Dios viviente; que fui, que soy y que he de venir” (D. y C. 68:6).
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